sábado, 1 de junio de 2019

AMISTAD

Quiero escribirte a pulmón abierto
para decirte cuanto aire me falta
desde que no leo tus poemas
y así me ahogo.

Hay tanto mar en la distancia
y hemos cumplido tantos años
que ni insuflando palabras nuevas
respiro.

Y es que hay que contar la vida
y escucharla al amor de los silencios
pues entiendo que no hay nada más hermoso
que saber del amor de amigo.

Abrazos te envío desde tan lejos
recuerdos de un Martí que ya no existe
y que sepas que, sin ti, mi vida,
es otra.

Un abrazo
Luis Vargas Alejo
 

viernes, 12 de abril de 2019

Albaicín-Granada_óleo de Luis Vargas Alejo 70 x 30 cms


Al pie de Sierra Nevada, 
en un bello paraíso, 
se encuentra, porque Dios quiso, 
la bellísima Granada. 
Cuanta hermosura reuniste, 
Boabdil, ¡cuanto su encanto! 
Comprendo tu amargo llanto 
al mirar lo que perdiste. 
Ay, Alhambra de los moros, 
Generalife florido. 
Ay, Albaicín añorado. 
¡Cuantos hermosos tesoros...! 
¡Jamás tendréis el olvido 
de aquel que os ha contemplado! 
 
Antonio Pardal 
 
 Como el tronco del árbol retuerce sus ramas secas el Albaicin retuerce sus calles y sus veredas de empinadas cuestas y peldaños  de cemento envejecido.
Llegar a la cima es cansar el alma para luego descansarla en un minarete donde la nieve que aún queda en las cumbres de las montañas se convierten en espejos y reposo para el cuerpo más cansado.

 
Inmaculada Jimenez Montero

domingo, 24 de marzo de 2019

NOSTALGIA


Recorrí mi niñez por el pasillo y escaleras de la casa
y tuve una adolescencia sin estimar el futuro
como una luz, un clamor, que se descubre en los juegos,
y  fue de joven cuando empecé a crear mi mundo.

Una juventud de melancolía luchando por ser yo
y  vadeando los caminos de barro y cañas,
 se fue la senda trazando con los pies descalzos
por los campos del Edén que no existían.

Sin descubrir la esencia de la sustancia, ni la cruz
de las plegarias, en las solitarias noches de otoño
quise ser alquimista de la poesía, del silencio aventurero
que surca mares imaginarios, entre azules celestes.

Yo que nací en Madrid con ansias de ser un gran gato
y solo fui una rana saltando de charca en charca,
y me exilié en Granada, donde viví desventuras y pesares
en los atardeceres malva que cegaron mis ojos.

Y lloré por los caminos desde la Alhambra a Cibeles
desde Cibeles a la Alhambra, equivocando la ruta
que me hizo un extranjero sin que pudiera volver
a la tierra en que nací, que tanto extraño.

Y herido por desengaños tuve la amarga constancia
de ser y no ser.

Fue severa conmigo la vida, piedra vasta sin pulir,
como música sin canto, sin letra y sin compás,
y nunca me gustó el vino, ni tuve alma de viajero.
Fui actor de una obra, que interpreté mintiéndome.

¿Qué pude haber hecho si hubiera seguido buscando
la piedra filosofal, en vez de admitir circunstancias?
¿Qué le voy a hacer si soy de los barrios pobres
de aquel Madrid que tanto amé y del que huí
como un ingenuo que busca mejor fortuna?

Y me vuelvo y me revuelvo, andando por esta aldea,
jugando con los deseos, que guardé alguna vez
en sitios ocultos del alma, envueltos en seda fina,
como fotos en sepia que se añoran y se quieren.

Y cuando me busque la muerte, y me lleve entre las nubes,
en mis alas blancas habrá escritas cien mil palabras,
preguntando por qué no pude llegar en barca
navegando por el Manzanares a colmar mis ilusiones.

Y dejadme allí en el llano,  junto a pinos, encinas y madroños
porque yo, nací en Madrid, entre las calles más castizas
de La Latina, La Paloma y La Fuentecilla
donde jugaba de niño a ser feliz entre los mansos ideales. 

© Luis Vargas Alejo

domingo, 11 de noviembre de 2018

LA FÁBULA DE PIT Y POT


LA FÁBULA DE PIT Y POT

Los hermanos Pit y Pot vagabundeaban por la ciudad después de haberse quedado huérfanos y haber andado muchos kilómetros buscando donde refugiarse con alguien que los quisiera.
Comían las viandas que encontraban por el suelo y dormían en el hueco de alguna escalera o bajo las ramajes de alguna planta del parque. Por la mañana bebían agua de la fuente pública de la ciudad y se sentaban en la esquina de una casa a ver pasar a la gente con las caras tristes y desconsolados. En realidad llevaban una vida de perros.
Un día, pasó Tom por la esquina donde estaban sentados como esperando a alguien o que pasara algo. Tom era un niño pequeño, muy rubio y con ojos azules que iba camino del colegío de la mano de mamá.
-¡Mamá, mira que dos perritos más tristes! pobrecillos. ¿No tendrán dueño. Pasarán hambre?...¿Los podríamos llevar a casa?
- Vamos Tom, no digas tonterías. Seguro que están esperando a su dueño. Llevan correa al cuello.
-Sí, pero ya los he visto varios días ahí sentados y nunca están con nadie, siempre solos.
La madre tiró de la mano del niño para que siguiera andando mientras le decía ¡vamos a llegar tarde al colegio!
Pero como nunca es la persona la que elige a un perro, sino que es el perro el que elige a su dueño, los perrillos se levantaron y con un trotecillo suave fueron siguiendo al niño Tom. Se habían gustado mutuamente y ellos ya habían elegido a su nuevo dueño.
Le esperaron a la salida del colegio y le siguieron hasta la puerta de su casa con el consiguiente enfado de su madre.
Pero al llegar a la puerta de la casa, los perritos miraron a la madre y le lamieron las piernas y Tom le dijo a su mamá:
-¡ves mamá, nos quieren, necesitan de nosotros y nosotros de ellos pues yo me sentiría muy acompañado! ¡yo los quiero mamá!
Y así fue como los perritos Pit y Pot se ganaron el cariño de la madre, que los dejó entrar en la casa, les puso un cuenco con agua y otro con comida y comieron y bebieron hasta hartarse, mientras la madre les preparaba un lecho para dormir. Se le había ablandado el corazón cuando la miraron a los ojos.
Tom estuvo jugando con ellos hasta que no pudieron más y se durmieron y Pit y Pot fueron felices con Tom.
Y esta es la historia de los dos perritos que llegaron desde muy lejos andando y andando porque no tenían casa, ni familia, ni comida que comer.
Moraleja: el que tiene buen corazón, casa comida y bienestar, debe dar cobijo, alimento y amor a quien, viniendo de muy lejos, lo necesita.

© Luis Vargas Alejo

miércoles, 7 de noviembre de 2018

ESPERANDO EL ASCENSOR


Escribo para relajarme,
presto para pensar en poesía.

Como árbol en pie, brazos extendidos,
 dejo que el aire mueva mis versos,
dejando caer en cada hoja, mi insolencia.

Esta es mi casa, mi senda abierta,
libre, sin esquemas,
sin ventanas, con viento fresco,
para que mi oído escuche el bisbiseo
de algún pájaro bisbita.

Mientras esperaba el ascensor escribí
tanto como el tiempo me dio,
luego de ascender, volví a bajar
abrí la puerta y me marché.



© Luis Vargas Alejo