Al atardecer,
la jaula de los lienzos
se torna en sombras,
y empiezan a moverse
los fantasmas,
y preguntan
y no hay respuestas,
y los colores se juntan
y se amalgaman
y se maltratan
y gritan
y se van como versos
contando penas.
Al atardecer,
en estos días de confinamiento,
cuando ya el virus
se ha paseado por los rincones,
se cuentan los muertos,
las nubes están llenas de almas
y la tarde está sombría
y triste.
Un tifón invisible
espera en la alamedas
sobre el manto de los verdes
amarillos y malvas
de la primavera,
como si una calima de fondo rojo
nos estuviera diciendo
ven, no tengas miedo, te abrazo,
ven...
pero yo no salgo de casa.
Al atardecer,
se repliegan como un abanico
las madreselvas,
y se oyen los cánticos y las trompetas
de la esperanza,
como una fiesta secreta,
como un brillo de luna
que se mece en las aguas.
Mañana, la vida, seguirá brotando.
© Luis Vargas Alejo