Recorrí
mi niñez por el pasillo y escaleras de la casa
y
tuve una adolescencia sin estimar el futuro
como
una luz, un clamor, que se descubre en los juegos,
y
fue de joven cuando empecé a crear mi
mundo.
Una
juventud de melancolía luchando por ser yo
y vadeando los caminos de barro y cañas,
se fue la senda trazando con los pies
descalzos
por
los campos del Edén que no existían.
Sin
descubrir la esencia de la sustancia, ni la cruz
de
las plegarias, en las solitarias noches de otoño
quise
ser alquimista de la poesía, del silencio aventurero
que
surca mares imaginarios, entre azules celestes.
Yo
que nací en Madrid con ansias de ser un gran gato
y
solo fui una rana saltando de charca en charca,
y
me exilié en Granada, donde viví desventuras y pesares
en
los atardeceres malva que cegaron mis ojos.
Y
lloré por los caminos desde la Alhambra a Cibeles
desde
Cibeles a la Alhambra, equivocando la ruta
que
me hizo un extranjero sin que pudiera volver
a
la tierra en que nací, que tanto extraño.
Y
herido por desengaños tuve la amarga constancia
de
ser y no ser.
Fue
severa conmigo la vida, piedra vasta sin pulir,
como
música sin canto, sin letra y sin compás,
y
nunca me gustó el vino, ni tuve alma de viajero.
Fui
actor de una obra, que interpreté mintiéndome.
¿Qué
pude haber hecho si hubiera seguido buscando
la
piedra filosofal, en vez de admitir circunstancias?
¿Qué
le voy a hacer si soy de los barrios pobres
de
aquel Madrid que tanto amé y del que huí
como
un ingenuo que busca mejor fortuna?
Y
me vuelvo y me revuelvo, andando por esta aldea,
jugando
con los deseos, que guardé alguna vez
en
sitios ocultos del alma, envueltos en seda fina,
como
fotos en sepia que se añoran y se quieren.
Y
cuando me busque la muerte, y me lleve entre las nubes,
en
mis alas blancas habrá escritas cien mil palabras,
preguntando
por qué no pude llegar en barca
navegando
por el Manzanares a colmar mis ilusiones.
Y
dejadme allí en el llano, junto a pinos,
encinas y madroños
porque
yo, nací en Madrid, entre las calles más castizas
de
La Latina, La Paloma y La Fuentecilla
donde
jugaba de niño a ser feliz entre los mansos ideales.
© Luis Vargas Alejo
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