Fui engendrado
en el mes de mayo
dentro de una margarita
por un polen bienvenido
y siempre fui un capullo.
Crecí en un invernadero
de pequeñas dimensiones
y me alimentaba del aire
y del rayo de luz que entraba
por un ventanuco.
Cuando fui mayor
los espacios abiertos me molestaban,
la muchedumbre desviaba mi síntesis
y no me gustaban las macetas de balcón.
Prefería los jarrones individuales
con figuras chinescas, con mucha agua,
muy transparentes y de interior.
Sufría cuando me trasladaban
a sitios sin luz con aires viciados
y acompañado de plantas extrañas,
o en alocados centros comerciales
y en los verano secos y muy calurosos
me mustiaba.
Cuando quise recordar
había pasado durante tanto tiempo
por tantas anómalas situaciones
que mi fototropismo fue escaso
y comprendí por qué siempre
fui un capullo.
© Luis Vargas Alejo
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