Arden las ventanas,
el gris de la calle humea
y el sol quema los límites del cielo.
La gente se esconde tras las paredes
cerrando las puertas que destellan,
esperando que levanten la barrera
y entre por los rincones aire fresco,
mientras los girasoles ensordecidos
sueñan.
Como si fuera a pasar algún emperador
los tejados se han vestido de oropeles
en esta tremenda tarde de calor,
a la hora que ya suena el ángelus.
© Luis Vargas Alejo
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