domingo, 24 de marzo de 2019

NOSTALGIA


Recorrí mi niñez por el pasillo y escaleras de la casa
y tuve una adolescencia sin estimar el futuro
como una luz, un clamor, que se descubre en los juegos,
y  fue de joven cuando empecé a crear mi mundo.

Una juventud de melancolía luchando por ser yo
y  vadeando los caminos de barro y cañas,
 se fue la senda trazando con los pies descalzos
por los campos del Edén que no existían.

Sin descubrir la esencia de la sustancia, ni la cruz
de las plegarias, en las solitarias noches de otoño
quise ser alquimista de la poesía, del silencio aventurero
que surca mares imaginarios, entre azules celestes.

Yo que nací en Madrid con ansias de ser un gran gato
y solo fui una rana saltando de charca en charca,
y me exilié en Granada, donde viví desventuras y pesares
en los atardeceres malva que cegaron mis ojos.

Y lloré por los caminos desde la Alhambra a Cibeles
desde Cibeles a la Alhambra, equivocando la ruta
que me hizo un extranjero sin que pudiera volver
a la tierra en que nací, que tanto extraño.

Y herido por desengaños tuve la amarga constancia
de ser y no ser.

Fue severa conmigo la vida, piedra vasta sin pulir,
como música sin canto, sin letra y sin compás,
y nunca me gustó el vino, ni tuve alma de viajero.
Fui actor de una obra, que interpreté mintiéndome.

¿Qué pude haber hecho si hubiera seguido buscando
la piedra filosofal, en vez de admitir circunstancias?
¿Qué le voy a hacer si soy de los barrios pobres
de aquel Madrid que tanto amé y del que huí
como un ingenuo que busca mejor fortuna?

Y me vuelvo y me revuelvo, andando por esta aldea,
jugando con los deseos, que guardé alguna vez
en sitios ocultos del alma, envueltos en seda fina,
como fotos en sepia que se añoran y se quieren.

Y cuando me busque la muerte, y me lleve entre las nubes,
en mis alas blancas habrá escritas cien mil palabras,
preguntando por qué no pude llegar en barca
navegando por el Manzanares a colmar mis ilusiones.

Y dejadme allí en el llano,  junto a pinos, encinas y madroños
porque yo, nací en Madrid, entre las calles más castizas
de La Latina, La Paloma y La Fuentecilla
donde jugaba de niño a ser feliz entre los mansos ideales. 

© Luis Vargas Alejo

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