He de cuadrar las cuentas
antes de que cierren las horas,
-pues como no hay mal que por bien no
se halle-
aunque el diario esté al día, en el
mayor faltan recetas
para que nos quede claro que, en cada
evento o negocio,
debe haber saldo.
Lo primero es saldar con uno mismo
lo que te dio la vida, lo que hubieras
querido que te diera, los sueños,
las ilusiones, las trampas y los
divorcios;
lo segundo, lo que tú diste a cambio,
con generosidad y sin ambages
sin esperar a trueque las materias;
lo tercero escrutar bien el libro
diario
para ver cuanto se anduvo
y por donde, cuales los negocios,
pérdidas y ganancias, cual los cargos
cual lo abonado.
Así verás que el saldo, hay que
aceptarlo
con bravura, hay que cuadrarlo,
corrigiendo
los apuntes que te llevaron a la
melancolía,
al no saber por donde ibas
y querer que las cosas sean de medida
exacta
cuando son, por principio, como son,
siempre aleatorias, imprevisibles y de
difícil
cuadratura, aunque a veces,
parezca que el fiel de la balanza, se
aquieta.
Y llegado a este punto
deberemos ir haciendo balance,
comprobar nuestro patrimonio,
los réditos, los préstamos, las
deudas
y cuantas hipotecas hemos saldado.
De esta manera podremos entender
nuestra vida
y sacar a la luz, después del tiempo
vivido,
si había algo oculto -por sí o por
no-
con alguna contabilidad paralela.
Y en llegando a buen puerto
-con los años que va uno cumpliendo-
siendo ya tan mayor que te llaman viejo
sentirse en paz
procurando amar lo que se vive
y no vivir para que lo que se ama
-siempre ilusorio-
respetando a cada cual sus aventuras
sus desgracias, sus desvelos, sus
amores
y cuantas pasiones le llevaron a la
buena
o mala suerte.
La vida es breve y pasa veloz sin
remisión,
como si quisiéramos limpiar un tren
supersónico
que nunca para en nuestra estación,
tarda lo que el tiempo en sentirse, pero
los ojos
no lo ven.
© Luis Vargas Alejo